Cuentos y poemas

"El inevitable llamado de la naturaleza"

FUERA DE ORBITA

«Se cumple Hoy el primer centenario de la Contracción Universal»
Heisen Bek

Luego de la explosión original, el universo se expandía en todo su esplendor de vida. Infinitamente bello, en su variedad de formas y enigmas que aún flotan alegremente. Perfectos en sus movimientos imperceptibles e inconscientes de su imperfecto designio final, con certera desdicha, ese mismo estallido creador también había alumbrado un pequeño error, soltando al mismo tiempo su oscura semilla. Un diminuto punto negro del tamaño de un grano de sal fina, escondido y casi invisible, acompañaba a su antagónico hermano creciendo lentamente pero ávido de un insaciable y siniestro apetito . . . Cuantas veces hemos leído este párrafo en nuestros días de escuela?

Y la gran pregunta . . . ¿ La expansión se detuvo o este pequeño ha crecido lo suficiente para devorar a su análogo, en un caníbal banquete de estrellas ? Un giro inesperado en los cálculos de la ciencia o tal vez la ira de Dios, tantas veces advertida por profetas a los que no supimos entender. Nadie, ni el más genial de todos los científicos pensó, calculó, imaginó que esto podía suceder.

Hoy, se cumple ya un siglo de la fecha, que se calcula, comenzó la contracción del Universo atraído por su propio agujero negro. Distinto en su evolución pero igual a los ya conocidos y estudiados en sus consecuencias, la desintegración de toda la materia conocida que pasa a través de su singularidad siendo expulsada en un chorro de luz lleno de energía disponible, en este caso, para volver a formar un nuevo universo del otro lado. Quizás el Cosmos no sea infinito, tal vez sea algo parecido a una media gigante dándose vuelta permanentemente hasta gastarse. O posiblemente ese movimiento le sirva para mejorar haciéndose más suave y cómodo hasta alcanzar lentamente su perfecta estabilidad y detenerse. Sea como sea, no soy un experto en el tema, aunque quienes lo son, aparentemente tampoco lo tienen muy claro, sin embargo es indudable que Sakespeare estaba muy bien encaminado, ser o no ser, esa, siempre fue la cuestión.

La especie humana, necesitó de un caos externo para precipitar su unificación. Todas las razas, ideales, credos y religiones se derrumbaron ante tal acontecimiento.

Abandonado los absurdos conflictos que siempre terminaban en guerras aún más absurdas, al fin nos hermanamos.
Así comenzamos a organizar una sociedad única cuyo objetivo primario es ofrecer la misma calidad de vida a todos sus habitantes. La transformación climática, el día loco y la adaptación al nuevo sentido de rotación del planeta pasaron casi desapercibidos frente al gran desorden civil que provoco esta decisión. Siempre recordamos la década del veinte. Los que no la vivimos la hemos estudiado y repasado una y otra ves en nuestros libros de Historia. También podemos sentir sus resabios casi permanentemente dentro de nuestras costumbres cotidianas. Todo sucedió y como en aquel entonces sigue evolucionando alrededor de ese Hoyo Negro. No es mi intención ignorar estos históricos sucesos a los cuales les debemos el total de los respetos, aunque no creo necesario detenerme y volver a repasarlos, seguramente y durante toda la jornada escucharemos los discursos recordatorios sobre el Pacto de las Cuatro Cruces, El Exilio Lunar, El Beso de Pekín, Los Esclarecimientos Washington, La persecución de Las Logias, La Primer Moneda Unica, etc., etc.

Gracias a esos revolucionarios sacrificios hoy disfrutamos de un mundo donde reina la paz, sin necesidad de fronteras. Finalmente se pudo controlar la corrupción, el abuso de poder y la violencia. Culturas y ejércitos, enlazados al bienestar de la humanidad. Avances científicos y tecnológicos al alcance de todos. Hasta me atrevería a decir que vivimos en un muy bien custodiado paraíso terrenal, concientes de que en cualquier momento lo podemos perder, desaparecer, morir. De generación en generación, se nos educa sobre los permanentes riesgos y sobre todo, a pesar de lo lejano, la llegada del inevitable ocaso final, cuando el radio Schwarzschild de la hambrienta oscuridad nos alcance como un cáncer terminando de consumir sus estelares células. Si bien esto sucederá dentro de muchos miles de años, la galaxia sintió el cambio de movimiento sensibilizándose peligrosamente y aunque parezca un lavado de cerebro no es tan malo vivir psicológicamente preparados y felices, sin pensar en lo que esta ocurriendo más halla de nuestra atmósfera. Muchas veces la dicha es amiga de la ignorancia.

Ahora bien, para alcanzar esta prestigiosa armonía, la cual estamos todos absolutamente convencidos debemos cuidar con enfado, muchos no saben que el primer paso, que en realidad se dio, fue formar una fuerza de élite protectora que actúa como anticuerpo. Ya funcionaba incluso antes del anuncio del 2.106 En ese entonces aún se acostumbraba hacer todo en secreto. Como olvidar ese día, si horas antes del comunicado, la principal noticia fue el hallazgo del monstruo del lago Ness. Resultando ser más parecido al mitológico Leviatán que a un Elasmosaurio, como se suponía hasta ese entonces que podría ser. La gran sorpresa fue que aparentemente se habría suicidado antes de ser capturado, degollándose con el filo de su propia cola. Sabemos que este hecho sirvió para bautizarlo con un nombre elegido en honor a todas aquellas criaturas extintas bajo el incoherente paso del rey hombre. ANIMAL, es el nombre del escuadrón espacial que patrulla permanentemente la galaxia, alejando los peligros que acosan a nuestro planeta Tierra, brindándonos desde aquellos días la contención necesaria para seguir brillando dentro del nuevo universo alborotado.

A través de esta Armada astronáutica ya hemos sido despedidos de muchos letales fenómenos que desean trascender en este nocivo movimiento del destino. Meteoritos gigantes, planetoides fuera de orbita, nuevas radiaciones, extraterrestres con dudosas intenciones, manadas de espíritus que han partido y antiguas civilizaciones que quieren regresar, encontramos en el ranking de los más populares.

Mi primer trabajo lo hice como corresponsal en la Base Militar “ Carbono 14 ” Una fortaleza orbitando el sol entre Neptuno y Urano, donde sabemos viven los valientes pilotos que velan diariamente por la seguridad de nuestras vidas. Siempre guarde una profunda admiración por estos hombres tal vez por que de niño soñaba ser uno de ellos, pero en definitiva quien no soñó en algún momento de su niñez con ser un astronauta. En ese lugar me sentía como si estuviera trepando un arbolito de navidad gigante, desesperado por cosechar sus juguetes. Allí volví a experimentar la misa sensación de ansiedad nerviosa que me invadía y me desbordaba de sudor, cuando abría mis regalos. Pero jamás hubiese imaginado que aquí descubriría el mejor de todos los obsequios que me hizo la vida, conocer a un verdadero héroe, de esos que solo parecían existir en las viejas revistas de comics que coleccionaba mi abuelo y que aún conservo prácticamente intactas. Esta vez era de carne y hueso, una singular persona, alguien increíble del cual justamente hoy también se cumple un año de su desaparición. Una especie de loco introvertido y entrañable al mismo tiempo, característico de esos seres excepcionales. Un hombre que estoy seguro es el abanderado de aquellos que entregan sus vidas en silencio, sin propagandas, sin discursos populares que los nombren, siendo sin embargo uno de los más grandes responsables de mantener encendido el principio, el origen, el alma de nuestro presente, de nuestra existencia.

Esto me moviliza a querer recordar este centenario suceso de manera distinta. Hoy quiero recordar el motivo de nuestro cambio, nuestra evolución, nuestra permanencia, honrando el nombre de este héroe anónimo, abrazando estos dos momentos que parecen unirse como las ignotas agujas del antiguo reloj de los presagios. Dos Aniversarios que quiero conmemorar contándoles una anécdota que bien podría ser inmortalizada como épica poesía. Su insólito desenlace servirá para descomprimir la solemnidad del día sin dejar de enaltecerlo descubriendo total y definitivamente la osada personalidad de su autor. Una historia, que solo yo y su protagonista, conocemos.

Lucas “ El Loco ” Cortez, era el piloto del escuadrón, al que mejor le sentaba su apodo. De origen latino, con sangre Vasca mezclada en sus venas, un cóctel difícil de digerir. Mediana estatura, suficiente para mostrar un físico saludable, privilegiado, aunque lleno de cicatrizadas experiencias. Dueño de un particular sentido del humor, en su aparente frialdad, encerraba una personalidad melancólica sin llegar al rencor. Un hombre de pocas palabras, prefería hablar con hechos y si quedan dudas, aclararlas a la fuerza. Le costaba subordinarse a las órdenes de sus superiores quienes varias veces intentaron separarlo de la flota, pero las estadísticas siempre hablaban a su favor comparando la cantidad de misiones exitosas y vidas que había salvado, entre ellas, la del señor Presidente. Le gustaba demasiado la cerveza y cuando recordaba esa hazaña, proponía un irónico brindis.

Precisamente esa noche en la cantina de Suboficiales luego de brindar con sus compañeros, dejo atrás la mesa atolondrada de carcajadas. Miro mi lápiz digital, la luz en off de mi pulsera grabadora, se apoyo sobre la barra, pidió una cerveza y me preguntó si quería escuchar la historia de una misión que terminó siendo una aventura guardada en su intimidad, secreta. Por primera vez iba a contar lo realmente sucedido durante ese viaje, la verdad de ese incógnito final y mis oídos fueron los afortunados. Jamás lo escribí ni tampoco grabe la conversación. Durante años me sentí arrepentido, frustrado, un estúpido traidor a mi profesión por no haber intuido la riqueza de ese primer encuentro con Lucas. Pero como un gracioso milagro, parecido a los que él nos tenía acostumbrado, desde que supe de su muerte, recuerdo exactamente cada palabra de su relato como si fuera Hoy. A veces hasta sonrío levantando mi ceño, en un refleja de atención, como si estuviera nuevamente escuchando su voz.

. . . Hablando de hambre, esa vez, un extraño organismo, avanzaba inexpugnable alimentándose del infinito vacío. Una manta de tejido vivo, del tamaño de la luna, moviéndose como una ameba gigante, devoraba todo lo que se interponía en su camino. Al mismo tiempo que progresaba como si estuviera nadando, pude distinguir, sin lugar a dudas, que también aumentaba su tamaño. De sus costados parecían abrirse llagas de las que chorreaba . . . algo, como si estuviera defecando, al menos el aspecto y el sonido eran muy parecidos. Una cosa feísima. Hasta esa madrugada, bueno en el espacio siempre es de madrugada, nada de lo que habíamos intentado lo podía detener.

A toda velocidad, casi lastimando el fuselaje de mi nave, llevaba una muestra de la nueva amenaza. Un viaje tranquilo, más allá de la urgencia del caso. Lo difícil ya había pasado, conseguir cortar un trozo de piel del engendro y anestesiarlo, aunque sea parcialmente. Solo debía permanecer atento, mientras el indicio dormía en su hermético recipiente.
A medio camino, siento el inevitable llamado de la naturaleza. Algo normal, común, debo reconocer que un tanto habitual en mi. Una señal indica que el bioevacuador automático no funciona, esta clausurado. A través del psicosensor de mi casco la computadora MAMA-T, lee mis pensamientos y por razones de asepsia, me prohíbe hacerlo en “cualquier rinconcito”. Nunca me lleve bien con la informática y me molestaba tener que darle la razón, a algo que no tiene sangre.

Intente soportarlo pensando en otra cosa, busque una imagen en mi memoria que me distraiga. Tal vez esa mujer que conocí en los bosques de Scebadem . . . pero duró poco, enseguida recordé que me había dejado por un hombre de Ganímedes, esos tipos tienen Viagra en la sangre. Mientras tanto nuevamente cambiaba de posición, contorsionándome sobre la butaca. Nunca fui bueno en las prácticas de control mental. No aguantaba más, solo me quedaba una chance y cuando queda una sola se debe jugar obligadamente.

Descendí en el planeta más próximo, Tremen-AZ 3, un siniestro lugar, que todos pasan de largo. Esta vez la necesidad superaba los riesgos.

Creo que todos llevamos por dentro, algo de instinto animal que nos conduce a actuar de maneras inciertas. Sin saber por que, pierdo valiosos segundos buscando un arbolito. Por un instante dudo sobre nuestra descendencia – quizás no sea del mono, sino del perro – Ya estoy ahí, se abre el telón y por fin doy comienzo el acto fisiológico. Realmente es cierto eso de que “ un manantial de amoníaco tibio emergiendo desde nuestras entrañas, siempre causa cierta sensación de placer, mientras cae sobre una fría corteza vegetal ”. Si mal no recuerdo creo que lo escribió un antiguo poeta Griego llamado Meónides.

En medio de la obra, un agudo rugido desdibuja mi sonrisa. Una cría de Sablecius, sale de su camuflado nido, abalanzándoseme hambrienta. Calculo unas ocho toneladas de furia con una mandíbula del tamaño de un pequeño garage, como para un Fitito. Sabías que solo queda una unidad expuesta como reliquia, en el museo automovilístico de Metrópolis Paranaense. No se si todavía estará, yo era muy chico cuando mi madre me llevó a visitarlo en uno de sus viajes de trabajo, sin embargo me quedó grabado, ese autito parecía de juguete. El museo estaba en ese barrio de la vieja Rosario, como olvidarlo si tenía nombre de heroico soldado, Granadero Baigorria. Bueno, como te decía, era un portón abierto, lleno de aristados dientes llegando sobre mi integridad, estimulando plenamente mi asombro, como piano cayendo en el medio del campo.

Parece ser que el apetito, actualmente es más contagioso que el bostezo. Al filo de la muerte me hago lugar para preguntarme. ¿ Será hoy el día del cocinero ? Sí, es evidente, que todos se quieren comer a los niños crudos. No podía ser de otra manera, una consecuencia lógica cuando los espacios se achican. Es lo que nos toca vivir.

Desde pequeño, tuve que aprender a defenderme solo. No conocí a mi padre y a los once años de edad, sufrí la perdida de mi madre asesinada durante la época del desorden. Desde entonces, me adiestre en el valioso arte de las armas. Valioso, aunque se enojen los ultra pacifistas del grupo “Las Tres palomas”. Un día jugué al fulbito con los fundadores de este movimiento por la paz. Unos tipos buenísimos. Tan buenos que a veces no me quedaba claro si le erraban o esquivaban la pelota, para no pegarle a la pobre e indefensa esfera.
Les pido disculpa a mis palmípedos amigos del amor y el sosiego, pero reitero, valiosísimo arte de las armas, por que en épocas de catástrofes bélicas, quienes jugamos con el filo de la guadaña nos cotizamos mejor. Así es que no tengo inconvenientes en manejar dos pistolas en forma perfectamente sincronizada, con una mató a la bestia y con la otra termino de vaciar mi ansiedad.

Ahora sí estaba enojado, al observar mis botas salpicadas de orín y lodo. Amo esas botas, están hechas con mis propias manos y con el cuero de mi peor enemigo, Lee Chu Peng, el mafioso oriental que mato a mi madre.
El tiempo me aprieta la mirada, recuerdo que cada segundo de retraso en la entrega, equivale a un poco más de espacio perdido. Corriendo y prácticamente de un solo salto, subo a mi nave. Tomo los controles e inmediatamente me interno otra vez en el oscuro abismo del cosmos.

Aún restaban varias horas de viaje hasta el Laboratorio Militar, donde examinarían la muestra, tratando de encontrar algo que mate, o al menos detenga, a la rara e invencible criatura.

Luego de revisar todos los comandos, miré hacia el costado, allí estaba, esperándome. Peligrosamente seductora, asomando entre las sombras de la cabina. Escrita sobre su cubierta semiabierta con atractivas letras fluorescentes, “Gran Espacial – Cerveza de Lujo”, doce unidades de 500 ml. en valija auto refrigerada. Se muy bien que ya no queda tiempo que perder y con todo el dolor del alma, presiento que debo deshacerme de la diurética tentación de beber. En las actuales circunstancias esta bella y exquisita compañera se había convertido en mi peor obstáculo. Luego de accionar el dispositivo de piloto automático, me dispuse a llevarla hacia la celda de desintegración, sin poder evitar que me temblara un poco el mentón. Admito haber hecho un pequeño pucherito como se decía antiguamente, estaba solo y era de bronca por tener que desperdiciar ese sabroso y refrescante elixir. La sujeto con firmeza, intentando no interpretar la deliciosa sinfonía compuesta por los ocultos cristales. Sin embargo, en mi primer movimiento, escucho varias notas que se desprenden desafiando mi apodo. Me detengo, pienso, mientras la garganta se me contrae como el mismísimo Universo. Veo mis queridas botas sucias, vuelvo a enojarme – Un trago, no me va hacer nada – vuelvo a pensar. Abro una botella y me la tomo en un solo movimiento de cuello.

Recuerdo a mi madre. Un poco más enojado, me despacho otra cerveza, esta vez en dos movimientos, quizás por cierta carga de conciencia sobre la misión. Intento tomarme un instante para reflexionar. Resbalando lentamente entre los dedos, dejo caer el envase dentro de la caja, sin que se dañe, ese momento sirvió para decidir regresarla a su antiguo lugar.

Me reacomodo, recostándome lentamente sobre el respaldar del asiento. Enlazo las manos detrás de la nuca observando miles de estrellas que parecen querer besarme. Recuerdo a esa mujer, y ya no me importa nada, solo quiero beber otra cerveza.

Es difícil que sea dominado por los efectos del alcohol, más específicamente cuando se trata de cerveza. Tal es así que siempre pase los controles de alcoholemia. Una clase de ventaja en los genes de la familia, hace imposible que los niveles en sangre se me acumulen llegando a rangos cercanos a la intoxicación. Decían que mi tatarabuelo ganaba apuestas bebiendo una jarra de un litro de cerveza sin parar, al mismo tiempo que llenaba otra, con exactamente un litro de orina. A veces perdía, pero era tan tozudo, que por insistir con sus viciosas habilidades hasta el final de su senectud, armaba unos chiqueros bárbaros, motivo por el cual fue expulsado de varios geriátricos. Además, conozco perfectamente cual es mi límite, desde el día que casi muero por un trago de más. Solo tomo, los fines de semana, aunque en el espacio es difícil calcular cuando es fin de semana. Sin embargo existe un efecto que es incontrolable y comienzo a sentir por dentro, que soy nuevamente doblegado, por el inevitable llamado de la naturaleza. La advertencia de MAMA – T no tarda en llegar. Es la gota que rebalsa el vaso. Bueno, en este caso la vejiga.

Antes de que la computadora termine su oratoria, salte de la butaca y comencé a orinar por todos lados. El piso, donde escribí “me tenés podrido” firmado con mi nombre. Los circuitos centrales, provocando cierta afonía artificial en la expresión de MAMA – T. Las paredes, simulando tocar una guitarra eléctrica. El panel de control, la muestra . . . LA MUESTRAAAAAAAAAA !!! . . . Apacigüe mis movimientos con orgullosa frialdad. Termine de salpicar con elegancia y acomode a medias mi vestuario, manteniendo la mirada sobre el silencioso recipiente.

Un trozo de tejido, con la forma de un tentáculo, se asomaba a través de una grieta. Es que la peligrosa mascota, aprovechó continuar creciendo, hasta abrirse paso mientras declinaba el efecto de la anestesia.

Convencido que había arruinado las condiciones de esterilidad, en las que debía mantenerse la “criaturita”, me acerque sin saber que hacer. Una especie de dedo sin uña asomaba de la caja moviéndose en mi dirección, como señalándome de manera intimidatoria. Me detuve frente a la cosa y decidí probar hablándole – ¡ Que mierrrda miras ! – le dije desafiando cualquier consecuencias y la orine, esta vez, con toda la puntería posible.

Mis ojos comenzaron a abrirse hasta quedarse casi sin párpados, al tiempo que observaba asombrado, como el extraño organismo se retorcía, evidentemente de dolor y sin poder gritar. Luego de disiparse el vapor que surgió de ese momento, pude ver un pedazo de carne muerta, seca, cocida.

Con una sonrisa de oreja a oreja, volví a tomar los controles de mi nave, haciéndola virar ciento ochenta grados. Cargue los datos para fijar su nuevo destino, que era precisamente el anterior, desde donde venía, directo al centro del ingenuo monstruito que continuaba con su voraz peregrinar. Pobrecito, reflexioné – le voy a llevar un traguito para que no se atore – Conservando mi sonrisa intacta coloque el piloto automático, luego, llené la ojiva de un misil con medio litro de orín. Destape otra cerveza, me acomode y seguí bebiendo, aún restaban varios misiles por llenar.

Ya no era necesario llevar una estúpida muestra al laboratorio para poder salvar . . . nuevamente . . . nuestro querido planeta.

Gracias Lucas, “ El Loco ” Cortez.

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