"Un templario en Marte"
Entre crucifijos, ostias y sonetos, Rogelio transcurría sus días de mocedad, acudiendo cada tarde a la parroquia, cumpliendo con sus tareas de monaguillo, portero ,y asistente del sacerdote, con dedicación y entusiasmo sus tareas iban desde arreglar el altar con las flores que las vecinas traían, hasta disponer la modesta comida del párroco.
Desde pequeño su vocación religiosa se manifestó claramente, avocándose a leer vida y milagros de los santos, mas tarde se inclinó a una lectura mas intensa y poética, sumando se a los poetas con sus maravillosos sonetos, increíbles para un niño. Rogelio y una tía, quien ejercía como su tutora, conformaban la familia, la tía que inesperadamente había recibido este niño bajo su responsabilidad.
Solo se ocupaba de las básicas necesidades del pequeño, así que Rogelio, se sentía protegido por la poderosa tutela del supremo.
Cuando despuntaba el joven sobre su cuerpo, Rogelio sitio el despertar de algunas sensaciones, tan placenteras como indomables, justamente, que en las noches tórridas de verano, cuando su adrenalina juvenil lo invadía, él tomaba una lapicero y alguno de sus cuadernos y con febril pasión, narraba las exuberantes epopeyas, pletóricas de mutilaciones y sangre, dónde Rogelio no dejaba de relatar sin escatimar detalles de agónicos sufrimientos. Sentado en su raposera de madera y lona, en medio del despojado jardín, encendía su pasión y sueños de gloria. Una mañana, mientras arreglaba las sabanas remendadas de su cama, Rogelio decidió tomar compromiso con su fe, en ese mismo momento se arrodillo frente al crucifijo que pendía de un endeble clavo en la pared de su cuarto, haciendo votos de obediencia, nobleza y por sobre todo de castidad.
Aquel atardecer del jueves santo, Rogelio recorría los bancos de la iglesia, ultimando los detalles antes de la misa, cuando le pareció ver una sombra en la primera fila ,sacudió sus ideas y siguió en su tarea, pero poco tardo en oír el leve crujir de unos extraños pasos. Intrigado se acerco con sigilo a la primera fila de bancos, donde efectivamente allí estaba el hombree sentado y mirando hacia el altar, extrañas sus ropas, ajadas y con un olor particular, que anegaba poco a poco la parroquia, una mezcla a mirra y herrumbre. Se puso a la par del hombre e intento disimular su exaltación, ante la figura que se elevaba frente a sus ojos. El hombre busco la mirada de Rogelio ,hasta unirlas, extendió su mano fuerte y curtida ,aferrada a un rollo de papiro amarillento ,el que ofreció a Rogelio que aún boquiabierto tomo sin mediar palabras. Giro y busco la puerta, el camino hasta la calle precia interminable, hasta que por fin sintió el aire renovado de la noche, y como sin poder reaccionar llego a su casa con el papel en la mano. Aún en estado de desconcierto intento con manos trémulas, desenvolver celosamente el papiro, dejar ante sus ojos, un mensaje en trabajadas letras góticas, un idioma que para Rogelio resultaba irreconocible. Al menos pudo descubrir algunos nimios vocablos en ingles, que se mezclaban con algunos términos en francés y otros en italiano. Numerosas emociones, concluyeron con el brío de Rogelio, con el escrito nuevamente enrollado salio al patio buscando auxilio en su mística reposera, en ella se derrumbo con todo el peso de su cuerpo, el cielo de finales de Marzo estaba despejado y estimulaba a sumergirse en ese océano de estrellas.
La luz encandilo sus pupilas, y Rogelio intentando cubrir sus ojos con el papiro, sintió que la reposera, se desune de la tierra aproximándolo hacia la luz, que cada vez se tornaba más aguda.
Un recuerdo infantil se mezcla con el confusión, torna a su memoria una tarde de Domingo, trepando a un avioncito volador del parque Independencia, la tía a su lado y la emoción cuando comenzó a girar, y la mano de la tía tomando la suya y el vértigo que subía por su columna cuando lentamente el avioncito despegada de la guía de acero.
Con la boca reseca, Rogelio despertó sin entender que había acaecido, extrañamente seguía sobre la reposera, eso lo acerco a lo cotidiano, ya no estaba en el jardín, ni en otro lugar de la casa, ni en su barrio, un olor acre inundaba el clima, luces pequeñas y paredes de acero lo rodeaban, sintió una profunda sensación de angustia y desolación. Corriéndose una de las paredes, la imagen de un hombre emergió de las sombras y Rogelio pasó de la angustia al deliberado pánico, su corazón se exaltaba, a medida que el hombre se acerca hasta enfrentarse a Rogelio que ahora de pie junto a la reposera, no sale del asombro. El hombre lleva en sus manos algunos objetos, que Rogelio no llega a definir, el hombre enfrentándolo extiende sus brazos y se los ofrece con actitud serena. Rogelio, entiende muy poco y solo acepta, con manos tensas. El hombre gira y vuelve a sumergirse en la oscuridad, tras el se corre la pared radiante, Rogelio vuelve a sentir la desolación y con los trapos entregados por el hombre, se queda con la mirada vaga.
Tendido en la reposera trata de serenar su zozobra, retoma la secuencia que lo llevo a ese lugar, el hombre del banco de la parroquia y este que había aparecido tenían algunas cosas en común, quizás la altura, las ropas que cubrían la solemnidad de ambos, y la cruz que afloraba de su pecho.
No quiso ahondar, porque lo ponía mas frenético, entonces desplegó las telas hilachosas que el hombre le había entregado, no había terminado de escrutar lo que sostenía en sus brazos cuando otra de las paredes se desliza y otro hombre emerge de las sombras, o quizás el mismo, Rogelio tan desconcertado le parece que es el mismo, el hombre se sitúa frente a Rogelio, y esta vez le entrega sin mediar vocablos, la pesada espada, en la pomo pende un estandarte, que se abre hacia la punta en dos triángulos de tela desgastada, además le ha dejado un escudo brillante y un casquete con señales de abolladuras heroicas en su superficie.
El hombre se retira como si estuviera sobre una cinta mecánica que lo traslada hasta la abertura.
Rogelio, fija su atención en inspeccionar los objetos para no ser invadido por la aflicción que le genera el no saber porque se encuentra allí.
Con movimientos minúsculos, cumpliendo con la tacita consigna que le han designado aquellos hombres, comienza a vestirse lentamente. Cuando aun sentado en la reposera, toma la espada y esgrimiéndola desde la empuñadura, un bramido ancestral parte su pecho y vibra sobre los tabiques de acero, “el legado de Jaques de Molay, late en su corazón”.
Desploma su peso sobre el respaldar intentando reponerse de la conmoción, solo semejante al día que comulgo por primera vez, luego, un poco más repuesto, y con los ojos fijos en una de las fosforescencias rojas, emerge una voz inquebrantable, que sorprende a Rogelio de su serenidad. Oye su nombre y turbado mira hacia los costados buscando de donde nace la extraña transmisión, por supuesto nada encuentra y solo intenta dar oídos a las indicaciones.
1- Situad el casco en tu cabeza y asid la espada
2-Esperad en la compuerta 3 hasta que os de el bip de salida -stop-
Torpe ,espantado y disciplinado Rogelio sujetó la adarga con su mano libre y se aproximo con paso estable hacia la salida indicada, advierte que sus piernas no responden, lleva su mano izquierda hacia su pecho, un ardor extraño le quema los dedos, acaricia las bordes de la espada reposada sobre el lado de su corazón y sale por la compuerta, el paisaje inaudito, lo impresiona a tal punto de creerse un guerrero, enérgico, da algunos pasos, cuando el brutal rugir de un bárbaro lo fisura, contrae su cuerpo y en una posición irreflexiva eleva la espada retando la ignominia.
Alejandra Merello